"yo no quiero que pienses tanto, cumbiera intelectual
Yo voy a rezarle a tu santo para que seas más normal …”
Kevin Johansen, Cumbiera intelectual.
Para la Nilbi, con cariño
Primero que nada cabe hacer la siguiente aclaración sobre el epígrafe que, por supuesto, proviene de una canción. El personaje de la historia es una cumbiera intelectual, o mejor dicho, una intelectual que, además, es cumbiera. La narración cuenta la tristeza del intérprete: enamorado de una mujer inteligente, culta, interesante, agradable, pero que dedica la mayoría de su tiempo al cultivo de la mente y a quien, por eso, las cosas más terrenales y banales no le interesan. De ahí la tragedia del pobre muchacho Johansen.
La canción me ha servido de pretexto (gracias a la genial ocurrencia de una amiga queridísima) para denominar a todas esas personas que dedican la mayor parte de su tiempo al cultivo de la mente y de su carrera profesional (la profesión no importa, cumbieros intelectuales los hay en todas). Por supuesto, el adjetivo es un eufemismo porque, salvo contadísimos casos, los cumbieros intelectuales saben todo menos bailar.
El protagonista de Fresas Salvajes es precisamente un cumbiero intelectual. Isak Borg, médico de 78 años que en el ocaso de su vida —y a propósito de una ceremonia en la que la Universidad de Lund lo erigirá como doctor honoris causa por sus 50 años de vida profesional— hace un examen. Ante el temor de la muerte próxima, Isak emprende el camino de Estocolmo a Lund que le sirve de pretexto para hacer un viaje interior. Acompañado por su nuera, Marianne, Borg se observa y es su juez, un juez duro que le muestra todas las razones por las cuales se condenó a vivir como lo que es: un viejo solo y amargado. En palabras de la propia Marianne, un hombre egocéntrico y cruel con los demás, incapaz de amar y de dejarse amar.
Bergman construye magistralmente los elementos de los que se sirve el personaje para realizar este examen de conciencia. El camino y los lugares de su juventud sirven como escenarios. Las personas con las que se encuentra sirven como los interlocutores que le muestran los contrastes entre el ser que es y el que cree que debió ser. En un extremo están su madre, cumbiera intelectual, cuyo castigo es justamente seguir viva; Evald, su hijo, cumbiero intelectual que se niega a tener hijos porque cree que la vida no vale la pena; Anders y Viktor, dos cumbieritos intelectuales que se enfrascan en acérrimas discusiones sobre la ciencia y la fe. En el otro extremo está en primerísimo lugar Marianne, la nuera, mujer fuerte y decidida que está dispuesta a recuperar el amor de su marido y a salvarlo del cumbierismo intelectual; Sara 1, el primer y único amor de Isak que se casó con su hermano y la culpable del corazón roto que nunca sanó; y Sara 2, una joven intrépida, independiente, moderna de la que el viejo Isak se enamora irremediablemente.
A pesar de lo inflexible de las escenas y la dureza con que Bergman castiga al personaje, al final lo perdona y construye un final feliz, casi tierno, angelical: el cumbiero intelectual se redime, ama, sonríe y está en paz para esperar a la inevitable muerte. Bergman vivía en esa época, donde la luz le ganaba a la oscuridad —y para muestra la iluminación teatral de las escenas finales—, en esa época donde había esperanza. Los cumbieros intelectuales de ahora no tendrán la misma suerte, en esta época sin ilusiones, la vida apesta y, además, nos morimos. Ya no hay lugar para finales felices ni para redenciones… o quizá sí, después de todo, el cuerpo de la cumbiera intelectual de Kevin Johansen de vez en cuando respira.
Smultronstället (Fresas Salvajes, Wild Strawberries o como quieran llamarle), Dir. Ingmar Bergman, Suecia, 1957.
Con Victor Sjöström (Isak Borg), Bibi Andersson (Sara), Ingrid Thulin (Marianne Borg); Gunnar Björnstrand (Evald Borg), Folke Sundquist (Anders) y Björn Bjelfvenstam (Viktor).
Julio 20, 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario