lunes, 18 de junio de 2012

Colosio: el asesinato


Lo que parecían ser unas elecciones aburridas, donde se daba por seguro el triunfo de Enrique Peña Nieto, candidato del PRI a la presidencia, ahora se ha convertido, quizá, en el suceso más importante de la historia reciente de México. En algo que puede cambiar nuestros destinos para siempre. 

Hace un mes, la visita del candidato priísta a la Universidad Iberoamericana le cambió el tinte a las elecciones. La versión es que el candidato llevó acarreados al acto, cosa que enojó a los estudiantes y entonces con pancartas en su contra y con vituperios, literalmente, lo acorralaron a su salida. Al día siguiente, sólo un par de medios reportaron los hechos. Los medios "oficiales" calificaron como "exitosa" la visita del candidato. El presidente del Partido salió a decir que los agresores habían sido porros y acarreados del partido de la izquierda. Pocos días después, 131 estudiantes circularon un video en las redes sociales donde se identificaron, con credencial en mano, como estudiantes de la Ibero aclarando que no eran porros ni acarreados. Los días siguientes, la opinión pública y las redes sociales apoyaron el movimiento que, ahora se conoce como #yosoy132, haciendo clara alusión a que los estudiantes de la Ibero no estaban solos. 

Estudiantes de otras universidades, públicas y privadas, se unieron al movimiento, se organizaron en comités, salieron a las calles. ¿Su demanda? No la tenía clara al principio: ¿eran un movimiento anti-Peña Nieto?, ¿eran acarreados?, ¿las redes sociales estaban exagerando el suceso?, ¿qué quieren estos estudiantes? Unos días después, hicieron una marcha de la Estela de Luz al Zócalo y a Televisa. Mi curiosidad me llevó a la marcha. Lo que vi me emocionó, me cimbró, se me erizaron los vellos del cuerpo. Pero ese acontecimiento sólo me generó más preguntas a las que todavía no les encuentro respuesta. 

Lo que vi fue a miles de estudiantes, de escuelas públicas y privadas, marchando exigiendo dos cosas: una, la "democratización de los medios". Mucho se ha dicho que el candidato del PRI es un producto publicitario impulsado por Televisa y TvAzteca, las dos más grandes cadenas televisivas del país. Los poderes fácticos que controlan las noticias y la información que le llega al grueso de los mexicanos. No tengo duda que el #yosoy132 es un movimiento legítimo (al menos que surgió de forma espontánea); las personas que marcharon ese día ¡son estudiantes, realmente! Chavos de clase media, clase media-alta, con celulares y ropa de marca que se levantaron de la comodidad de su vida clasemediera para marchar y exigir sus derechos. El otro tinte de la marcha fue, efectivamente, un movimiento en contra del candidato del PRI ("aquí se ve, aquí se ve, Peña Nieto, presidente no va a ser", rezaban las consignas de más de la mitad de los asistentes a la marcha). 

Además, de la acción colectiva surgida de la nada, como me lo hizo notar mi acompañante, me llama la atención el odio hacia el PRI y hacia su candidato. Estos chavos nacieron entre 1992 y 1996. A ellos, realmente, no les tocó vivir los años en que el PRI fue gobierno. ¿Por qué ese sentimiento tan antipriísta? No lo entiendo. Para mí, el gran causante de la desgracia mexicana es el Partido Acción Nacional que desaprovechó la oportunidad histórica de cambiar el rumbo del país. Las dos administraciones panistas, desde mi punto de vista, no han hecho más que cagarla. Sí, es verdad, hay una estabilidad macroeconómica que no tuvimos en las décadas de 1980 y 1990, pero esa estabilidad no se refleja en la vida de la gente: narcotráfico, inseguridad, desempleo, corrupción, impunidad, mediocridad. Yo sí preferiría que volviera el PRI a seguir teniendo gobiernos panistas. Por eso me cuesta trabajo entender qué es lo que mueve a estos estudiantes a salir a las calles. Lo que sí tengo cierto es que es una incomodidad muy fuerte y muy legítima. Tan fuerte y tan legítima como para movilizar a un sector de la sociedad que, tradicionalmente, ha sido más bien apático. No veo a mis ex-compañeros universitarios, a mis ex-compañeros de la prepa, dejando sus autos, viajando desde el sur hasta el centro para manifestarse. Quizá estoy mal: no debería compararlos a ellos (que también fueron estudiantes de la Ibero, del ITAM, del Tec) con los estudiantes de ahora. ¡Nos separa más de una década. Son otra generación! 

Otra pregunta es ¿qué pasará con este movimiento?, ¿se politizará?, ¿es un movimiento de coyuntura?, ¿se terminará con las elecciones?, ¿los cooptaran los poderes fácticos, los otros movimientos? No lo tengo nada claro. Creo que ni los mismos estudiantes lo tienen claro. Hicieron un pliego petitorio que tiene millones de demandas que van desde la democratización de los medios (su lucha original) hasta el antipeñanietismo, pasando por demandas sociales de otros sectores (incluso los electricistas) y que me hace pensar que el movimiento será efímero. Aunque su importancia no es poca. Quizá sean como esos grupos  one-hit wonder que no importa lo que hagan después, su existencia queda plenamente justificada por ese one-hit. Como diría mi honorable-todavía-presidente, "haiga sido como haiga sido", los estudiantes movieron las aguas fétidas e inamovibles que cubrían a las elecciones. Y ahora las casas encuestadoras se pelean porque algunas siguen dando como vencedor a Peña Nieto y otras declaran empates técnicos entre el candidato del PRI y el del PRD. Ahora AMLO ha salido a decir que "volveremos a ganar" y que "respetará los resultados de la elección, porque ahora sí estamos preparados para vigilarlas"... 

Y la otra gran pregunta que me da vueltas en la cabeza. ¿Por qué mi generación no se levantó? ¿por qué nosotros no hicimos nada? ¿por qué a mí no me tocó ser estudiante ahora, o al revés, por qué cuando fui estudiante no pasó nada de esto? 

Hace una semana estrenaron la película Colosio: el asesinato. No le tenía demasiada fe a la peli, pensé que sería un churrazo, especialmente por el elenco que, aunque tiene al genial Giménez Cacho y a Odiseo Bichir, también tiene a Chema Yazpik y a Kate del Castillo. Como sea, fui a verla con un amigo que me invitó y luego fui a verla con mi hermano. La película está muy bien hecha, es una ficción basada en hechos reales, que no dice nada que no supiéramos ya, pero que sí nos refresca la memoria. Totalmente ad hoc con el clima que vivimos en estos días. Lo que me impresionó más fue justamente que me la refrescaran. ¡Todavía no salgo de mi alzheimer social! ¡Tantas cosas había bloqueado!: las circunstancias del asesinato mismo (recuerdo perfectamente el momento, estaba apunto de meterme a bañar cuando escuché la nota por el radio, casi puedo jurar que fue en el noticiero de Carmen Aristegui, quizá todavía cuando hacía mancuerna con el guapo Javier Solórzano, cerré la regadera, me puse mi bata, salí a buscar a mi abuelita, le dije, inmediatamente llamé a mi madre, no lo sabía. En la noche llegaron mis padres, asustados. Dormí en su cama porque estaba realmente espantada. Vivimos cerca del CEN del PRI, donde lo velaron, no dejaron de pasar ambulancias y patrullas toda la noche). Había olvidado que hubo dos Aburtos, las teorías del asesino solitario, del complot y de vuelta al asesino solitario; que ese año se levantaron los zapatistas en Chiapas; que fui a mi primera marcha ("Chiapas, Chiapas no es cuartel, fuera Ejército de él"); que compré un muñequito del Subcomandante Marcos que todavía tengo; que acabábamos de entrar al primer mundo (firmamos un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá); que pocos meses después mataron en plena luz del día y sobre Reforma a José Francisco Ruiz Massieu; que Raúl Salinas de Gortari sigue en la cárcel; ¿dónde demonios está ahora José María Córdoba Montoya, el alter ego de Carlos Salinas?; que en diciembre de 1994 hubo una terrible devaluación que mandó a la lona a la clase media (la empresa de mi padre nunca se volvió a levantar después de ese año)...

Cuando salí de ver la película por primera vez le pregunté a mi amigo: "¿y entonces qué prefieres, a estos gángsters o a los ineptos que tenemos ahora?" 

Ahora veo en el sitio oficial de la película las cosas que pasaban en ese año: Quentin Tarantino hizo su imborrable "Pulp Fiction"; el "Callejon de los Milagros" anunciaba el ¿renacimiento? del cine nacional; la insufrible de Talía (o como se escriba) era la actriz del momento; la selección nacional fue eliminada en penales; Jorge Campos era héroe nacional; recuerdo la música (Beck con su "sooo, I'm a loser, baby, so why don't you kill me?"; Aerosmith con "Crazy"; que Noel Gallagher era un símbolo sexual; "Linger" de los Cranberries; los pininos de Greenday; el ocaso del rap; Janet Jackson todavía tenía una cara presentable;  "Mr. Jones" de los Counting Crows que sólo quería ser alguien en quien creer; Ace of Base, infaltable en las fiestas; que ese mismo año se suicidó Kurt Cobain...), no había internet y los celulares eran enormes; ese año entré a la prepa y empecé a salir con un novio de cuyo nombre ya casi ni me acuerdo...

Encuentro una reseña de la película que contesta algunas de mis preguntas: 

"Acaso, de todos los episodios de orden público que a mis contemporáneos y a mí nos han tocado presenciar, el asesinato de Luis Donaldo Colosio ha sido el que mayor dolor fijó en las memorias (...) Aquel tiro en la cabeza de un solo hombre nos anunció, en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, que el país había dejado de ser una comunidad pacífica. Cuando un asesino o una complejísima conspiración —poco importa a estas alturas— fueron capaces de eliminar al futuro presidente, los demás nos convertimos en cayucos a la deriva dentro de un afluente violento (...) lo cierto es que, gracias a Colosio, en la pantalla del cine se volvieron a dar cita cuanto de miedo y especulación compartimos muchos durante aquella primavera del 94: la desconfianza absoluta hacia el poder y la política, la derrota inevitable de la gente bien intencionada, la fragilidad de la verdad, la abrumadora corrupción, la frivolidad de una gruesa mayoría y la terrible indefensión del individuo cuando la maquinaria de los intereses más mezquinos decide echarse en su contra.


Miro en retrospectiva y me pregunto por qué mis contemporáneos y yo no salimos a tomar entonces las calles. ¿Por qué no hicimos música en las plazas y brincamos en las esquinas con la tranquilidad que hoy los jóvenes tienen de que, al caer, ahí estará el suelo para sostenerles?

¿Por qué mi generación no hizo frente contra los actos corruptos y los políticos torcidos? Peor, ¿por qué muchos de sus integrantes se dedicaron a perpetuar los actos corruptos y se hicieron políticos torcidos? (...) Es aquí donde debo aclarar que, por la coincidencia de la edad, mis contemporáneos resultaron ser los padres de quienes hoy integran mayoritariamente el movimiento #Yosoy132. En casa muchos de estos jóvenes han tenido que soportar conversaciones sobre nuestra épica frustrada, sobre la expectativa inacabada, sobre las ganas y la precariedad de las consecuencias; han tenido que atender el enojo con nuestra ingenuidad por haber creído que para cambiar al país bastaba con sacar al PRI de Los Pinos y meter en su lugar a un Quetzalcóatl diferente (...)"


Cuando estaba en Nueva York vi con otros ojos a mi país: con los ojos del exilio. Mis compañeros colombianos me preguntaban por qué quería regresar a México si ya estaba en la "tierra de las oportunidades". Mi respuesta: "porque amo a mi país, porque me dio educación, me mandó a estudiar acá, porque ahí está mi familia, mis amigos, mi vida. Porque quiero retribuirle... porque, además, algo está pasando en México, algo importante que todavía no logro descifrar pero que está pasando". En esos años, el tuiter empezaba a ser una cosa importante, desde mi exilio autoimpuesto veía a mis ex-colegas de trabajo, a mis ex-compañeros de escuela usando las redes sociales para despertar conciencia, para amar a la Ciudad de México; para promocionar sus proyectos laborales, artísticos; para bloguear sus frustraciones, cuitas, esperanzas; para expresarse...

... Hace tres años regresé y no me equivoqué: algo está pasando en México; algo importante. Y sea lo que sea, es nuevo. Esto no lo hemos vivido. Esta película no la habían estrenado. 

lunes, 11 de junio de 2012

Bleu. This is a note in blue

Si me preguntan, siempre diré que la música y el cine son las dos cosas más efectivas que el hombre ha inventado para curarse el alma. No por nada son artes. Ahora que lo vuelvo a pensar, que lo analizo con otros ojos, el asunto me queda más claro. Y creo que las personas que más me llegan son aquellas que pueden y saben mezclar esas dos cosas que definen al ser humano: la razón y la pasión. Los directores de cine (los buenos directores de cine) son expertos en estos menesteres. Para muestra un color: Azul, para mi gusto, una de las mejores creaciones de Kieslowski. 

La historia contada no tiene mucho chiste, aunque el director sabe mezclarla con algunos de sus intereses. Julie (Juliette Binoche), la protagonista, pierde a su esposo, Patrice (Hugues Quester), y a su única hija en un accidente de automóvil. La trilogía de Kieslowski se basa en los tres principios de la bandera francesa: libertad, igualdad y fraternidad. En esta primera entrega, la libertad se resume en la intención de Julie de iniciar una nueva vida y liberarse del pasado que la ata a su esposo e hija. Sin embargo, Sandrine (Florence Pernel), una periodista, la busca insistentemente para que hable sobre la vida de su esposo, un famoso compositor. Al mismo tiempo, Julie tiene un encuentro con Olivier (Benoit Regent), el ayudante de su esposo con quien tiene una relación amorosa y quien la convence de terminar una obra inconclusa que dejó su marido. 

La banda sonora de la película complementa al personaje de Julie, pues la historia sugiere que era Julie quien componía la música de su marido. La música, compuesta por Zbigniew Preisner, es melancólica y refleja la tristeza y desolación del personaje. Al igual que Julie, la música se transforma conforme se desarrolla la trama: al principio, el tono es melancólico y deprimente, pero al tiempo que Julie se reencuentra con el mundo, la música se vuelve más intensa, hasta llegar a la libertad total, donde las melodías son más fuertes y más seguras. 

Esta simbiosis entre el personaje y la música llega su clímax cuando Julie y Olivier terminan de componer “La canción para la unificación de Europa”, tema en el que estaba trabajando su marido al momento de morir y que refleja la esperanza del personaje una vez que se deshizo de los fantasmas de su pasado. Así, la conclusión de la canción marca el inicio de una nueva libertad para Julie. El paralelismo no sólo se queda en el personaje, sino también refleja una nueva libertad para Europa que, en 1993, inició un nuevo esquema político basado en un poder supranacional con el objeto de unificar los fundamentos legales para el ejercicio de las libertades económicas, políticas, sociales y los derechos humanos. El mundo de Kieslowski es azul, tan azul como el real. Eso no es nuevo. Lo interesante son las tonalidades con las que podemos escucharlo, verlo, palparlo.


Tres colores: Azul (Trois couleurs: Bleu), Dir. Krzysztof Kieslowski, 1993.




sábado, 9 de junio de 2012

Fresas Salvajes. (Re)conociendo a los clásicos


"yo no quiero que pienses tanto, cumbiera intelectual

Yo voy a rezarle a tu santo para que seas más normal …”

Kevin Johansen, Cumbiera intelectual.

Para la Nilbi, con cariño

Primero que nada cabe hacer la siguiente aclaración sobre el epígrafe que, por supuesto, proviene de una canción. El personaje de la historia es una cumbiera intelectual, o mejor dicho, una intelectual que, además, es cumbiera. La narración cuenta la tristeza del intérprete: enamorado de una mujer inteligente, culta, interesante, agradable, pero que dedica la mayoría de su tiempo al cultivo de la mente y a quien, por eso, las cosas más terrenales y banales no le interesan. De ahí la tragedia del pobre muchacho Johansen.

La canción me ha servido de pretexto (gracias a la genial ocurrencia de una amiga queridísima) para denominar a todas esas personas que dedican la mayor parte de su tiempo al cultivo de la mente y de su carrera profesional (la profesión no importa, cumbieros intelectuales los hay en todas). Por supuesto, el adjetivo es un eufemismo porque, salvo contadísimos casos, los cumbieros intelectuales saben todo menos bailar. 

El protagonista de Fresas Salvajes es precisamente un cumbiero intelectual. Isak Borg, médico de 78 años que en el ocaso de su vida —y a propósito de una ceremonia en la que la Universidad de Lund lo erigirá como doctor honoris causa por sus 50 años de vida profesional— hace un examen. Ante el temor de la muerte próxima, Isak emprende el camino de Estocolmo a Lund que le sirve de pretexto para hacer un viaje interior. Acompañado por su nuera, Marianne, Borg se observa y es su juez, un juez duro que le muestra todas las razones por las cuales se condenó a vivir como lo que es: un viejo solo y amargado. En palabras de la propia Marianne, un hombre egocéntrico y cruel con los demás, incapaz de amar y de dejarse amar. 

Bergman construye magistralmente los elementos de los que se sirve el personaje para realizar este examen de conciencia. El camino y los lugares de su juventud sirven como escenarios. Las personas con las que se encuentra sirven como los interlocutores que le muestran los contrastes entre el ser que es y el que cree que debió ser. En un extremo están su madre, cumbiera intelectual, cuyo castigo es justamente seguir viva; Evald, su hijo, cumbiero intelectual que se niega a tener hijos porque cree que la vida no vale la pena; Anders y Viktor, dos cumbieritos intelectuales que se enfrascan en acérrimas discusiones sobre la ciencia y la fe. En el otro extremo está en primerísimo lugar Marianne, la nuera, mujer fuerte y decidida que está dispuesta a recuperar el amor de su marido y a salvarlo del cumbierismo intelectual; Sara 1, el primer y único amor de Isak que se casó con su hermano y la culpable del corazón roto que nunca sanó; y Sara 2, una joven intrépida, independiente, moderna de la que el viejo Isak se enamora irremediablemente. 

A pesar de lo inflexible de las escenas y la dureza con que Bergman castiga al personaje, al final lo perdona y construye un final feliz, casi tierno, angelical: el cumbiero intelectual se redime, ama, sonríe y está en paz para esperar a la inevitable muerte. Bergman vivía en esa época, donde la luz le ganaba a la oscuridad —y para muestra la iluminación teatral de las escenas finales—, en esa época donde había esperanza. Los cumbieros intelectuales de ahora no tendrán la misma suerte, en esta época sin ilusiones, la vida apesta y, además, nos morimos. Ya no hay lugar para finales felices ni para redenciones… o quizá sí, después de todo, el cuerpo de la cumbiera intelectual de Kevin Johansen de vez en cuando respira. 

Smultronstället (Fresas SalvajesWild Strawberries o como quieran llamarle), Dir. Ingmar Bergman, Suecia, 1957. 

Con Victor Sjöström (Isak Borg), Bibi Andersson (Sara), Ingrid Thulin (Marianne Borg); Gunnar Björnstrand (Evald Borg), Folke Sundquist (Anders) y Björn Bjelfvenstam (Viktor).








Julio 20, 2008.